Misterios del campo chileno

Historias sobrenaturales de mis estadías en el campo

"El campo que nosotros conocimos ya no es tal. Las luminarias impiden esas noches misteriosas a la luz de una vela y también ese miedo que nos provocaba la narración de innumerables historias, las cuales se transformaron en leyendas..."

(En recuerdo de mi abuelita Pabla Alvarado Leiva, la "Candita", de La Estancilla de Codegua, QEPD)

Breve reseña de la procedencia de mi madre

Corría el año 1931, cuando en La Estancilla, del pueblo de Codegua, viene al mundo mi madre. Mi abuela biológica, teniendo ya muchos hijos considera la posibilidad de regalar a la niña a su madrina de bautismo la señora Pabla Alvarado, cosa que era bastante común en el antiguo campo chileno.

Así lo hizo y transcurrieron los años.

La señora Pabla estaba casada con Pedro Cerpa, los dos antiguos habitantes del lugar.

El terreno agrícola en el cual residían, en su pasado pre-hispánico, formó parte de los vastos territorios del Cacique de Talagante.

(Esta pequeña introducción es para que el lector comience a atar cabos).

El propio gobernador Don Pedro de Valdivia fundó allí el primer asentamiento organizado.

La mayor parte de esta comarca formó " LA ENCOMIENDA DE CODEHUA", nombre de un pequeño poblado de Indígenas que existió en la parte alta de la Comarca de la Tribu de los CHIQUILLANES. Con el tiempo el nombre de este poblado, lo transforman los criollos y pasa a llamarse definitivamente "CODEGUA".

Don Pedro de Valdivia donó la "Encomienda de Codegua", a uno de sus generales, Don Gonzalo de los Ríos, en agradecimiento de sus servicios. Posteriormente Don Gonzalo y Doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, su esposa, conocida popularmente como la Quintrala, quien era además nieta de la propia Cacique Doña Elvira, la donan a la "Compañía de Jesús", aceptando la congregación la donación de la "Encomienda de Codegua, el 23 de Septiembre de 1628.

A partir de 1650 suceden controversias y juicios que desmiembran una porción de la hacienda y es la que hoy ocupa el pueblo, es decir, los aledaños al estero Codegua y que más tarde tomarían el nombre de Estancia de Codegua.

El único recuerdo que queda del nombre de la Estancia, es el sector alto del pueblo, llamado la Estancilla, lugar de nacimiento de mi madre.

Siguiendo con el relato, mi madre fue criada por su madrina y por el que ella llamaba "su abuelo", quien fue para ella la figura paterna que no había tenido.

Contando con 17 años de edad se marchó a Santiago a trabajar en el servicio doméstico de una familia santiaguina.

Allí su gran hermosura, su ondulado cabello rubio y sus ojos verde - azulados, conquistaron el corazón del dueño de la casa.

Ellos mantuvieron un oculto romance del cual nació su primer hijo, aun estando al servicio de la familia, con lo cual y luego de salir a la luz este gran escándalo, (como fue considerado en la época, ya que la familia pertenecía al sector considerado alto), ellos debieron separarse.

Pero esta relación continuó y después de 4 años, nací yo, luego de lo cual mis padres se fueron a vivir juntos a la vivienda que ocupaba anteriormente la familia en la calle Almirante Barroso.

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(acá está la historia de la casona embrujada de Almirante Barroso, terrible historia de sucesos paranormales)

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Mi familia solía pasar sus veranos compartidos entre la playa de Cartagena y la casa de la abuelita en Codegua. De esos veranos en el campo recogí vivencias extrañas que paso a relatar:

En el campo chileno, abundaban los relatos sobre brujos y la forma de nombrarlos para que no recayera una maldición al cristiano era "martes hoy martes mañana".

Mucho se decía en el sector de una mujer que al parecer ejercía estas oscuras artes.

Mi abuelita, era muy conocida y querida por la gente del lugar, que para ese entonces, no era tan numerosa como lo es hoy en día.

Eso acarreaba muchos sentimientos de envidia en la citada bruja.

Y de pronto comenzaron a ocurrir extrañas manifestaciones...

Un amanecer en casa de mi abuelita (como la considerábamos), todos los patos del

corral aparecieron muertos y agusanados como si entre su muerte y esa mañana hubiera transcurrido mucho tiempo, tanto como para que sus cadáveres ya estuviesen descompuestos.

Esto fue bastante perturbador y las sospechas recayeron de inmediato en la citada mujer.

En la época en que todo ocurría, nadie cuestionaba lo sobrenatural como se hace hoy, era una parte de las vivencias cotidianas, al menos en el campo.

Otra noche, en particular, cuando nos encontrábamos en el gran dormitorio de adobes y grandes piedras, preparándonos para dormir, comenzaron a caer desde el techo de la habitación cientos de insectos semejantes a coleópteros.

Sin encontrar explicación y superando en gran medida los esfuerzos por exterminarlos, mis padres comenzaron a derramar sobre ellos al momento de posarse en el suelo, la cera de las velas que alumbraban el lugar, quedando los insectos atrapados por ella al enfriarse.

Al fin lograron conciliar el sueño de madrugada, solo para descubrir al día siguiente que no existía rastro alguno de lo acontecido la noche anterior.

No había rastros de ningún insecto...

A fines del año 1973, falleció la madrina de mi madre, a la cual repito, considerábamos como nuestra verdadera abuela. (Mi abuelo había fallecido alrededor del año 1964, a la edad de 113 años).

Durante el verano siguiente, fui con dos de mis hermanos y un par de amigas que hacía muy poco conocíamos, pero con las cuales llegamos a tener una gran relación de hermandad, a pasar las vacaciones en la antigua casa de campo, en donde no había ni luz eléctrica ni agua potable.

Bueno, nunca la hubo, ya que nos alumbrábamos con velas o "chonchones", (tarro con una mecha y alcohol de quemar) y el agua llegaba limpia y cristalina desde la cordillera, por acequias hasta un pozo excavado en la tierra.

Una noche al irnos a dormir, comenzamos a sentir grandes y profundos ronquidos procedentes de "ningún" ser humano presente, los cuales se mantuvieron por casi toda la noche, interrumpiéndose solo cada vez que encendíamos una vela.

Al fin decidimos dejar una vela encendida y a uno de nosotros haciendo guardia, para que los demás pudiesen dormir.

Fue en ese entonces que uno de mis hermanos menores (el que decía ver gente chiquita en la casa de Almirante Barroso), quien dormía en la que fue la cama de nuestros abuelos, en forma inexplicable se incorporó, quedando sentado en la cama, sin hacer ningún esfuerzo, en un movimiento mecánico y comenzó a girar la cabeza observándonos a todos.

Para ese entonces la centinela nos había despertado advirtiéndonos lo que ocurría.

Mi hermano no hablaba, permanecía en completo silencio y hacía caso omiso a nuestras palabras para que reaccionara, solo nos veía con los ojos desencajados, como si por ellos, otros ojos nos mirasen.

Luego de un interminable momento, solo se recostó con el mismo movimiento mecánico y continuó durmiendo.

Los presentes esperamos un rato y luego lo despertamos, pero él no recordaba nada de

lo ocurrido.

Al día siguiente, le relatamos a unos vecinos de un campo aledaño al lugar, lo que estaba ocurriendo y dos de sus hijos la noche siguiente nos acompañaron en la casa a la hora de dormir.

Entonces comenzamos a sentir fuertes golpes sin que su procedencia pudiera ser conocida, y esto continuó toda la noche hasta el amanecer.

Luego de despertar, decidimos salir todo el día a caminar para despejar un poco nuestras mentes, para lo cual tomamos nuestras mochilas y nos dirigimos en dirección a la cordillera.

Una de nuestras amigas, fue la última en estar preparada y penetró en la casita de adobe de un solo ambiente buscando su mochila.

Casi de inmediato, dando un fuerte grito, salió huyendo precipitadamente del lugar.

Al preguntarle sobre lo que había pasado, ella respondió que al entrar vio a una anciana que la observaba de pie junto al mueble de la cómoda (mueble antiguo con cajones), dijo que vestía una larga falda negra y que tenía el cabello recogido en un pañuelo.

Era sin duda la abuelita Pabla.

Cabe señalar que ni ella ni su hermana que nos acompañaban, jamás habían visto ni personalmente, ni en fotografías a la abuelita, por tanto, no tenían forma alguna de saber la forma en que ella se vestía.

Esa noche al regresar de la larga caminata, nos encontramos con la novedad que nuestra madre junto a nuestra hermana pequeña de 9 años, habían llegado al lugar y en ese momento se encontraban en la casa vecina, allí les habían relatado lo ocurrido en las noches previas.

Todos nos quedamos allí esa noche, compartiendo una muy agradable velada y me ofrecí para ir a cerrar el portón de la que fue la casa de mis abuelos.

Yo amaba mucho a mi abuelita de Codegua, por lo tanto al saber que era ella quien se había aparecido, no sentí temor de acercarme al lugar, sola.

No bien terminé de cerrar la casa, con un salto sorteé la acequia comenzando a caminar hacia donde los demás se encontraban, cuando de pronto escuché un fuerte sonido de piedras que por el sendero parecían acercarse, algo así como el sonido de las miles que arrastra un río descontroladamente correntoso.

Miré hacia el lugar desde donde procedía este ruido y llena de espanto vi como algo nebuloso comenzaba a levantarse desde el suelo y a medida que avanzaba hacia mi, se hacía más y más grande, tanto que casi alcanzaba la copa de las acacias del estrecho y solitario camino, cercado por la zarzamora.

Entonces presa de un terror incontenible, corrí hacia la casa vecina y al llegar entre sollozos relaté lo que había presenciado.

Al día siguiente, todos regresamos a Santiago y la casa se cerró indefinidamente, quedando abandonada.

Con el transcurso del tiempo y luego de fallecer mis padres, nunca regresamos a ella.

Durante un primer tiempo, se les arrendaron las tierras para sembradío, a un vecino del lugar.

En muchas y repetidas oportunidades, tuve sueños muy extraños con mi abuelita de Codegua, en ellos se me aparecía suspendida en el aire y me llevaba volando a ver la propiedad.

Me mostraba llorando, que ya la casa no existía y que en su lugar, habían construido poblaciones con hermosas casas.

Allí mi abuela trataba de encontrar sus pertenencias y me pedía la ayudase.

Aunque la propiedad fue comprada por mis padres antes de fallecer la abuelita, nunca se inscribió en el conservador de Bienes Raíces.

Con el paso del tiempo, al fin tuvimos la oportunidad de intentar recuperar el terreno, ya que al no contar con los recursos monetarios, nada habíamos podido solucionar...

Uno de nuestros amigos se tituló de abogado y ofreció ayuda para realizar los trámites.

Pero al final no pudimos hacer mucho, aunque existía el testamento de mi abuelo favoreciendo a mi abuela y ellos estaban casados legalmente.

Antes de fallecer mi abuelita y temiendo que llegado ese día sus vecinos intentasen adueñarse de sus tierras, mis padres realizaron una compra venta ante notario, pero...ellos fallecieron antes de que pudiesen inscribir la propiedad a sus nombres ante el Conservador de Bienes Raíces.

Cuando los vecinos quisieron cometer la infamia de apoderarse del terreno, se encontraron con que la persona que había redactado un anterior documento, confundió el apellido de mi abuelo por Cerda en vez de Cerpa.

Así, nuestro amigo nos dijo que el papeleo iba a ser mucho, al igual que el tiempo en tramitación, además de los gastos monetarios que ninguno de nosotros podría solventar.

No existiendo carnet de identidad de mi abuelo, (recordar que él falleció a los 113 años), ni partida de nacimiento, el abogado consideró que se gastaría más dinero en la tramitación, que el valor que pudiese tener la propiedad y hasta allí quedó todo...

Nos han dicho que el lugar está totalmente cambiado y que al igual que en mis sueños, existen actualmente villas y poblaciones en lo que era la antigua Estancilla de Codegua, que la casa no existe y que al parecer el Fisco es el nuevo propietario del lugar...

Nota.-

Una noche, conversando con una vieja amiga, recordábamos esas oscuras y terroríficas noches infantiles en el campo chileno. Ese campo que se empeña en desaparecer para siempre con el influjo de la modernidad y la tecnología.

Recordábamos por ejemplo los famosos "Bultos Blancos", que según se contaba, solían aparecerse por las noches a quienes regresaban tardíamente a su hogar , debiendo para el caso cruzar los caminos a los que solo la tenue luz de la luna alumbraba.

(Creo que eso fue lo que vi en el callejón)

También podría ocurrir que en las mismas circunstancias, un "cristiano" se encontrase con la famosa "Gallina con pollitos" cruzando el camino de noche, o en el peor de los casos con el mismísimo "Mandinga".

Para que decir del "Caballo Negro" encabritado o el "Gran Perro" de ojos rojos centelleantes, que se aparecían generalmente al cruzar los puentes de canales o acequias provocando que a más de alguno, se le ensuciasen los pantalones...

Tantas y tantas historias que quedaron para siempre en la memoria de los que como yo, tuvieron el privilegio de conocer el antiguo campo chileno, ese del alumbrado con velas o "chonchones", ese del agua de pozo, pero no de pozo construido, sino de pozo solamente cavado en la tierra y lleno del agua de vertientes cordilleranas, agua limpia que podía beberse sin hervir.

Añoro las historias narradas por mi abuelita Paula Alvarado en el pueblo de Codegua, más precisamente en "La Estancilla", en esas noches infantiles de quedarse en la vieja cocina construida solo de quinchos, cenando a la luz del chonchón, temiendo que al momento de tener que ir a acostarnos con mis hermanos, algún TueTué nos saliera a cantar, ya que la casa se encontraba alejada de lo que era la cocina.

(Los Tue-Tué se dice que son brujos que al caer la noche dejan su cuerpo mortal y salen a volar gritando de ese modo, tué...tué, tué tuéee).

Particularmente en dos ocasiones he sentido el canto del Tué-Tué. Es un chillido muy agudo y retumbante, que va declinando de a poco hasta que da la sensación de caer a tierra.

Y no ha sido en el campo, sino en plena ciudad.

Bueno, regresando a la conversación con mi amiga, le comenté el terror que por mi parte sentía al tener que caminar en la más completa obscuridad hacia la tenue luz de una vela encendida en el dormitorio, que nos guiaba con su titilar hacia la seguridad de la casa, debiendo pasar por el tablón de la acequia y acompañados por los ojos brillantes de los perros de mi abuelita.

Tantos buenos y emocionantes recuerdos que propiciaron en mi persona, el gusto por las cosas inexplicables...

Esas noches de miedo infantil, de "apariciones", de "martes hoy, martes mañana", del "mandinga" y un sin fin de cosas extrañas, sellaron para siempre mi temperamento, junto a otras experiencias más citadinas que les conté anteriormente.

Por ahora quedémonos con la añoranza de lo que fue, de lo que ya no volverá, de nuestra inocencia infantil y porque no decirlo también de la candidez de nuestra antigua gente de campo, de esa que "creía" sin tener que investigar en Internet.

Quizá de un tiempo que fue mejor...

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Investigación Paranormal en Chile

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